domingo, 6 de abril de 2014

El Sena, Luxemburgo y el frío

Una mañana muy fría. Rara mañana de sábado para mi acostumbrada al tumulto del centro platense. Pienso que es primero de marzo y Cristina estará preparando su discurso en el congreso. Camino hasta el sena. Es el día más frío en toda mi estadía pero no puedo esperar más para subir al bataux mouche. Ya dije que adoro el sena, aunque sea un río amarronado pero los puentes, sus muelles, el modo en que atraviesa la ciudad y te lleva a todas partes. Establece un tajo, una marca preciosa, suntuoso, monumental. Me enamoré de París y la entiendo. Frente a la torre Eiffel juro y pido volver. Detesto a los turistas que no paran de hablar como si todo lo que se ve desde la ventanilla del barco no fuera suficiente.
Yo vivía cerca del punte del alma. Cada puente del sena tiene un nombre distinto y también una apariencia, una forma que lo distingue. A la gente le cuesta mirar y quedarse quieta. Los chicos corren, los turistas quieren salir a pesar del frío y los asientos mojados y sacar fotos, a mi me hubiera gustado recorrer todo el Sena pero el viaje se limita a una hora.
Bajo del barco y adoro las calles cercanas al Trocadero, esa elegancia y esas diagonales que ahora me parecen extrañas. Voy en taxi hacia los jardines de Luxemburgo. Es un día gris pero el colorido y la belleza resisten a todo. Camino, me muero de frío pero pienso en todo lo que he leído, en los paseos de Simone de Beauvoir cuando salía de cursar de la Sorbona o el liceo que tengo en frente, que miro con amor porque allí iba ella, la niña formal. Pienso que si bien hay bastante gente un día de primavera estaría repleto. Miro la estatua de Baudelaire y almuerzo en un restaurante de vidrio que está en el centro del jardín.
Comienza la caminata por la Sorbona, por la iglesia Suplice, por Monparnase y el barrio latino hasta que llego sin darme cuenta al Museo de la guerra. Allí siento que estoy en el medio de una película, con los cañones apuntando al centro de una pista de combate.
Salones dedicados a De Gaulle y Bonaparte, tributo a los veteranos de guerra. Por todos lados los carteles que hablan de los invalides, nos llaman a visitar ese lugar que yo creía un asilo pero es mucho más que eso. Es la presencia de la guerra en la historia francesa, es reconocer que París fue trazada como territorio de combate, que su diseño se pensó en los años de Bonaparte  y estaba impregnado de su poder y voluntad bélica.
Vuelvo a la zona de los campos Elíseos y me compro unos guantes exquisitos. Encuentro un lugar donde tomarme un chocolate que es por demás paquete. Algunas personas están terminando de almorzar en el salón contiguo  . Dos mujeres francesas, más o menos de mi edad, que parecen salidas de una película de André Techiné, piden un vino blanco y charlan entre los sillones y las bolsas de ropa de marca que acaban de comprar. Son las seis de la tarde y es raro para mi verlas con su vino y sus aceitunas.
A la noche es bello ver los monumentos iluminados. Estreno mis guantes de cuero y piel y me meto en una de esas fantásticas casas de chocolate a elegir por la forma original de su envoltorio. En París la creatividad al momento de presentar las cosas se vuelve irresistible. Caminar y comer no es muy posible un sábado a la noche por la avenida de los campos elíseos cuando la gente se vuelve multitud, hay que pasear, disfrutar de la vidrieras y la música para encontrar un lugar donde cenar. Elijo una casa muy antigua de color celeste que es una de las reposterías más famosas de París (en mi próxima visita voy a ir a merendar). Allí todo es lujoso, barroco y antiguo pero en la calle, entre los tapados de piel y los turistas hay mendigos bastante persistentes que quieren hacer un dinero extra un sábado a la noche.
Las puertas de los baños tienen esculturas, es todo tan elegante y sofisticado que me confundo y entro al baño de hombres. Un chino se sorprende cuando estoy lavándome las manos y nos reímos. En el pasillo tapizado con colores dos chicas muy jóvenes se sacan fotos sueltas y risueñas. Yo me meto en tiendas carísimas a revisar cosas que no pienso comprar pero me divierte todo, la noche, la música, las revistas y diarios viejos que se venden como reliquias entre ropa y bolsos caros. Es París y estoy frente al arco de triunfo, a pocas cuadras del Sofitel. Me pierdo en callejuelas chiquitas y solitarias como también me pasó a la tarde en Monparnase y todo es bello porque enseguida aparece la gente, enseguida París se recupera y te salva. Juega con ese azar, te propone que la recorras sin plan y siempre te ayuda a